Un líder que delega, además de ver el panorama que lo rodea como un todo, también tiene la oportunidad de disfrutar del talento y las ideas de otros. Por lo tanto, delegar no es sinónimo de debilidad ni de falta de autoridad.
Delegar en el momento indicado forma parte de ser un buen líder. En el caso de las startups, por ejemplo, las cabezas de esos emprendimientos comienzan haciendo casi todo o con un equipo mínimo. Les toca desde arreglar la oficina donde van a funcionar, hasta la publicidad para darse a conocer. En el camino, y a medida que la empresa va creciendo, comienza a darle más responsabilidades a otros para seguir garantizando la operatividad y rentabilidad.
Pero no se trata de delegar por delegar. Hay que saber cuándo hacerlo y a quién escoger. En primer lugar, cuando el líder –que como se ha dicho en otras oportunidades no necesariamente tiene que ser el dueño de la empresa- decide quitarse responsabilidades para transferírselas a otros, ya debe tener un conocimiento completo de dónde se dirige la compañía.
No es momento para improvisar cuando se escoge a un miembro del equipo de trabajo para que siga con la responsabilidad de llevar a buen puerto el negocio. Por eso, es conveniente, en segundo lugar, escuchar a los empleados. Pues ellos, que son quienes ejecutan los procesos, tienen un conocimiento más certero de lo que se necesita para continuar progresando. Hay que oír, analizar, trabajar en equipo porque el bien, en este caso, es común.
En tercer lugar, hay que ponerse en los zapatos del otro; de ese que fue escogido para asumir las responsabilidades que el líder está delegando. Hay que evaluar bien las capacidades, habilidades, si es capaz de trabajar bajo presión. Además, tener en cuenta cómo se relaciona con su entorno y si puede hacer el trabajo que, hasta ahora, hacía el líder optimizando recursos.
Que esa “delegación” funcione dirá tanto de quién la asume, como de quién la dio. Potenciará la imagen del líder frente al resto del equipo.
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